Cada vez son más frecuentes las iniciativas que buscan responder a los diversos retos que como sociedad enfrentamos: el cambio climático, la seguridad alimentaria o el riesgo de desastres naturales.
Unas de las más interesantes son aquellas que se apoyan en los propios ecosistemas y los servicios que éstos proveen para responder a estos desafíos. Las llamadas soluciones basadas en la naturaleza.
La Comisión Europea las define como «soluciones inspiradas y respaldadas por la naturaleza, que son rentables, proporcionan simultáneamente beneficios ambientales, sociales y económicos, además de ayudar a crear resiliencia; dichas soluciones aportan más naturaleza así como características y procesos naturales, y con mayor diversidad, a las ciudades y paisajes terrestres y marinos, mediante intervenciones localmente adaptadas, eficientes en el uso de recursos y sistémicas».
Las soluciones basadas en la naturaleza se desvinculan por tanto, de los modelos tradicionales y potencian el valor de los activos naturales, protegiéndoles y aprovechando a su vez los beneficios ecosistémicos que generan.
Sin embargo, muchas de estas soluciones siguen siendo relativamente novedosas y presentan numerosas incógnitas en términos de su funcionamiento, mantenimiento y organización. Y es que no es tarea sencilla desafiar la tragedia de los bienes comunes.
Pero qué pasaría si pudiéramos encontrar modelos de incentivos que promuevan una mayor recompensa por la buena administración de los activos naturales del planeta, creando por ejemplo un mercado a largo plazo de compradores y vendedores para financiar y comercializar activos naturales.
Ya algunos innovadores se han lanzado al ruedo con las llamadas Natural Asset Companies (NACs), que son una nueva clase de activos en la Bolsa de Valores de Nueva York que permite a los propietarios convertir el valor de la naturaleza en capital financiero, utilizando ese capital para reinvertir en los activos naturales para protegerlos o mejorar su uso sostenible.
Los activos naturales tienen un valor significativo y su valor aumenta con el tiempo si no se destruyen o se vuelven improductivos. Los NACs son una forma de aprovechar esa productividad y utilizar el capital recaudado para implementar un plan de sostenibilidad que los mejore y proteja.
De esta manera, podríamos ver enormes áreas de biodiversidad y tierras agrícolas en todo el mundo salvadas y regeneradas.
La clave será ganar la confianza y el interés de las partes interesadas, transformar la forma en que los inversionistas valoran la naturaleza, alineando así los intereses de los inversionistas en la conservación, para dar escala y velocidad a la solución.
Aún está por verse el comportamiento de los mercados, con relación a esta nueva figura, pero pensar por un instante en el enorme potencial que este instrumento podría ofrecer para Latinoamérica y sus áreas de alta biodiversidad, me llena de optimismo, aun en momentos donde parece difícil encontrar motivos para serlo.