El mundo ha estado llevando a cabo un experimento socioeconómico involuntario con los jóvenes, uno que en circunstancias normales estaría prohibido por ser cruel e inhumano.
En los dos últimos años, como parte de los esfuerzos por controlar la pandemia, muchos países han cerrado las escuelas durante algún tiempo. Algunos recurrieron más a esta medida, otros menos, y todos lo hicieron de diferentes formas. Es como si se hubieran propuesto poner a prueba lo que sucede a largo plazo con los individuos, las sociedades y las naciones cuando se priva a algunos niños de la educación.
Debería ser obvio lo cruel e inhumano de esto. Los sujetos del estudio, es decir, los niños, nunca tuvieron la oportunidad de participar o no participar. Simplemente se encontraron en un país, distrito escolar, hogar y familia determinados, y luego deberán vivir con las consecuencias que, para muchos, serán graves.
Entre los que están sentando las bases para futuras investigaciones se encuentran Vera Freundl, Clara Stiegler y Larissa Zierow del Instituto Ifo de Múnich, un centro de estudios económicos. En un nuevo estudio, comparan siete países representativos de la Unión Europea: Polonia, Alemania, Francia, España, Suecia, Austria y los Países Bajos.
En un extremo está Suecia, que se hizo famosa (o notoria, según su punto de vista) por abstenerse de imponer severas restricciones a causa del coronavirus y mantuvo ampliamente abiertas las escuelas. Francia y España, a pesar de que tuvieron brotes horrendos, también se esforzaron por mantener a los niños en la escuela: restringieron las actividades de los adultos de manera más estricta. Austria y los Países Bajos implementaron sistemas mixtos, y el segundo, optó más por cierres parciales, por ejemplo, impartiendo clases por turnos. Alemania y Polonia mantuvieron a los niños en casa por más tiempo.
En encuestas, los padres han confirmado que cuanto más tiempo pasan los niños en casa, menos tiempo dedican a aprender. (Las pantallas, en este contexto, son más a menudo enemigos que aliados). Pero no es solo la duración del cierre de las escuelas físicas lo que importa.
La calidad variaba igualmente, y eso dependía de la sofisticación digital de los países a medida que entraban a la pandemia. En este grupo, Suecia encabezó la lista y el 80% de los directores de escuela dijeron en las encuestas que tuvieron inmediatamente habilitada una plataforma de aprendizaje en línea. Alemania fue la más rezagada y solo uno de cada tres directores afirmó lo mismo. Los estudiantes manifestaron diferencias similares. Los niños alemanes, en definitiva, se vieron doblemente perjudicados: en cantidad y calidad de enseñanza.
Comparar el aprendizaje real es más difícil. Pero es obvio que los niños tienen grandes lagunas, no solo en lectura y matemáticas, sino también en habilidades sociales y creativas. En la escuela de mis hijos, varios maestros me han dicho que los niños en particular tienen habilidades motoras finas notablemente peores, porque durante la educación en línea pasaban mucho tiempo escribiendo en un teclado y muy poco escribiendo a mano.
Un estudio holandés mostró que los cierres en los Países Bajos en la primavera de 2020 provocaron una pérdida de aprendizaje equivalente al 20% del año académico, o exactamente el período que los niños se quedaron en casa. Puede extrapolar la pérdida en los países que cerraron las escuelas por más tiempo y no fueron tan buenos enseñando en línea.
El mismo estudio reveló que las pérdidas académicas eran un 60% peores para los niños de hogares con menor nivel educacional, por lo general, las familias con ingresos más bajos. Y eso es en los Países Bajos, donde la sociedad es relativamente igualitaria. Los niños de hogares pobres tienen banda ancha más lenta (si es que tienen), menos dispositivos y más antiguos y, a menudo, padres que no se sienten seguros de poder apoyar en temas tecnológicos o académicos.
La pregunta pedagógica más interesante para mí es si nosotros, maestros, padres, legisladores, podemos ayudar a los niños a compensar estas pérdidas. En algunos casos, la respuesta es sí. Francia aparentemente ha cerrado las brechas en lectura y matemáticas resultantes de los primeros cierres de escuelas, al menos para los estudiantes de familias de mayor nivel educativo. Pero en muchos casos, especialmente cuando se trata de niños más pobres, será difícil.
Pero hay otras preguntas que hacer. Sabemos que muchos niños también empezaron a sufrir depresión y ansiedad crónicas durante los cierres. Inevitablemente, los cierres, por lo tanto, también incitaron a futuros males como epidemias de trastornos psicológicos y abuso de drogas. ¿Cuánto aumentarán esos problemas?
También sabemos que los niños que aprenden menos lograrán y ganarán menos. ¿Cuántos ingresos perderán a lo largo de su vida? Una mayor parte de ellos estarán desempleados o subempleados y tendrán que depender de los beneficios del Gobierno. ¿Cuántos más?
Son menos los que realizarán investigaciones avanzadas y fundarán nuevas empresas. ¿Qué grandes cosas nunca se inventarán? La desigualdad aumentará, ya que los niños de familias privilegiadas compensarán su pérdida de aprendizaje y los de hogares pobres se quedarán aún más atrás. ¿Cuántos de ellos serán presa de los populistas, de extrema izquierda o de extrema derecha?
De una cosa estoy seguro: los efectos socioeconómicos del cierre de escuelas, cuya justificación epidemiológica no está clara, durará mucho más que el propio SARS-CoV-2. En igualdad de condiciones, parece seguro suponer que a los suecos del mundo les irá mejor que a los alemanes, en muchos sentidos.
Dado que esta pandemia está lejos de terminar, estipulemos lo siguiente: Primero, la educación es la mayor bendición disponible para los individuos y las sociedades por igual, junto con la salud, así que nunca más la desperdicien. En segundo lugar, si aún no asimila el mundo digital, no debería estar en el área de la educación. Y tercero, si alguna vez se necesita realizar otro experimento socioeconómico involuntario, háganlo con adultos que puedan votar, no con niños.