Cuando pasamos nuestros días y nuestras vidas a toda prisa, apurados para llegar a la oficina, para ir al salón, para lograr resultados en nuestro negocio, o queriendo que las respuestas sean rápidas, no nos damos cuenta de la energía que estamos generando.
A lo largo de nuestras vidas, se nos enseña a valorar la velocidad y hacer las cosas rápidamente. Aprendemos que hacer es más valioso que simplemente ser, y que aprovechar al máximo la vida es cuestión de avanzar a paso acelerado. Sin embargo, a medida que nos lanzamos hacia adelante en busca de algún sentido esquivo de realización, nos encontramos sintiéndonos cada vez más acosados y desconectados. Más importante aún, no nos damos cuenta de la simple belleza de vivir. Se que puede sonar naif o que pienses: qué fácil que lo dice, se nota que a ella no le pasa.
Lo cierto es que si me pasa, también aprendí que la velocidad era importante, pero a su vez descubrí que el resultado que obtengo cuando voy de prisa, viene con la misma fuerza y energía. Como si estuviera jugando al frontón, tiro una pelota y regresa con la fuerza que le imprimo.
Cuando aprendemos a reducir la velocidad, redescubrimos el significado de aspectos aparentemente intrascendentes de la vida. Las comidas se convierten en celebraciones meditativas de nutrición. Un trabajo bien hecho se convierte en una fuente de profundo placer, cualquiera que sea la naturaleza de nuestro trabajo. , disfrutar el momento, apreciar las maravillas del mundo, sentarnos y pensar, conectarnos con los demás y explorar nuestros paisajes internos más a fondo.
Conducirnos a un ritmo más lento nos permite ser selectivos en la forma en que invertimos nuestro tiempo.
Una vida saboreada lentamente no necesariamente es una vida pasiva o ineficiente. Es más bien una vida que acompaña el ritmo de la naturaleza.
Observa el tiempo que requiere el crecimiento de un árbol. Elegir la tierra en donde sembrarás la semilla, elegir la semilla, y comenzar el proceso de desmalezar la tierra, sembrar, regar. Saber esperar, valorar y apreciar el crecimiento.
Lo mismo sucede con nosotros, y con nuestros negocios, empresas, equipos de trabajo, familia, etc.
Conducirnos a un ritmo más lento nos permite ser selectivos en la forma en que invertimos nuestro tiempo en vez de sentir que lo gastamos y apreciar plenamente cada momento que pasa. La lentitud puede incluso ser una bendición en situaciones que parecen exigir prisa. Cuando nos marcamos el ritmo aunque sea por unos momentos mientras abordamos asuntos urgentes, podemos centrarnos antes de seguir adelante con nuestros planes.
Abrazar la sencillez nos permite depurar poco a poco de nuestra vida aquellos compromisos y actividades que no nos benefician de alguna manera.
El tiempo adicional que, en consecuencia, ganamos, puede parecer vasto, tramos vacíos de potencial desperdiciado. Pero a medida que aprendemos a reducir la velocidad, pronto nos damos cuenta de que eliminar la rapidez innecesaria de nuestras experiencias nos permite llenar ese tiempo de una manera constructiva, satisfactoria y agradable. Podemos disfrutar de nuestros rituales matutinos, pasar tiempo de calidad con nuestros seres queridos, sumergirnos de todo corazón en nuestro trabajo y aprovechar las oportunidades para nutrirnos todos los días.
Puede que te resulte difícil evitar ceder a la tentación de apresurarte, especialmente si estás acostumbrado a un mundo de comunicación en fracciones de segundo, teléfonos celulares, correo electrónico y agendas desbordadas. Sin embargo, la sensación de logro continuo que pierdes cuando disminuyes la velocidad será reemplazada rápidamente por sentimientos de magnífica satisfacción. Tu ritmo relajado abrirá tu mente y tu corazón a niveles más profundos de conciencia que te ayudarán a descubrir la verdadera gloria de estar vivo.
Aprender a disfrutar la vida es parte de la clave.
Tenemos todo lo necesario para hacer que el momento presente sea el más feliz de nuestra vida, aunque tengamos un resfriado o nos duela la cabeza. Para ser felices no tenemos que esperar a curarnos de él. Resfriarse forma parte de la vida.
Si te llenas de ansiedad, enfermarás y no serás capaz de ayudar o hacer la tarea que requieras hacer. La ansiedad es la enfermedad de nuestra era. Nos preocupamos por nosotros, por la familia, los amigos, el trabajo y el estado del mundo. Si dejamos que nuestro corazón se llene de ansiedad, tarde o temprano enfermaremos.
Preocupándonos no conseguiremos nada, y tu ansiedad sólo empeorará las cosas. Aunque las cosas no sean como nos gustaría que fuesen, podemos seguir estando satisfechos, porque sabemos que hemos intentado actuar lo mejor que hemos podido y seguiremos haciéndolo.
Si no sabemos cómo respirar, sonreír y vivir cada momento de nuestra vida profundamente, nunca seremos capaces de salir adelante y menos de ayudar a nadie.
Te invito a preguntarte hoy:
¿Qué estoy esperando para hacerme feliz?
¿Por qué no soy feliz en este momento?
No necesitas convertirte en una persona distinta ni realizar ningún acto determinado. Sólo necesitas ser capaz de generar momentos de felicidad en el presente, y de esa forma seremos de ayuda a las personas que amamos y a toda la sociedad.
SI este tema te resuena, te invito a escuchar algunos de mis audios en Spotify para meditar con una breve guía: http://www.paulacabalen.com/meditaciones/
Prueba y luego me cuentas.
Paula Cabalen
@paulacabalen