Cuando el criptoartista Robbie Barrat y el coleccionista Jason Bailey fueron invitados a dar una charla en la casa de subastas Christie’s, hace cuatro años, no pensaban que su regalo para los asistentes fuera a acabar en la papelera.
Pero eso es lo que ocurrió. Concretamente con 300 versiones de desnudos que Barrat había creado con la ayuda de inteligencia artificial.
Poco más de una docena de asistentes a la conferencia guardaron ese regalo. Los demás tiraron las tarjetas con el código que daba acceso al NFT (el token o certificado digital) de la imagen.
Ahora esas tarjetas se cotizan en centenares de miles de dólares.
Un chalado hablando de criptoarte
Jason Bailey (conocido como Artnome) era uno de los pioneros en el mundo del criptoarte y de los tókenes no fungibles.
“Christie’s me había pedido que interviniera en dos eventos en Londres, en 2018. Y me dijeron ‘puedes incluir un regalo’”, explicó Bailey en videoconferencia con la AFP.
“Nadie tenía idea de lo que eran los NFT por entonces”, recuerda.
Bailey invitó a Barrat a crear expresamente una obra para esa ocasión, presentada en forma de una tarjeta del tamaño de una tarjeta de crédito, con un código que daba acceso al NFT.
Barrat, actualmente con 22 años, llevaba trabajando con programas de inteligencia artificial desde la escuela secundaria.
Para este proyecto introdujo 10.000 imágenes de desnudos del arte clásico en su computadora.
“Al principio mi interés era: ¿hasta qué punto la inteligencia artificial es una herramienta? ¿Puedo utilizarla para hacer algo que no sea clásico?”, explicó.
Su forma de trabajar con esos programas es lo que se conoce como redes generativas antagónicas (GAN, en inglés). Dos redes neuronales que compiten mutuamente mediante algoritmos.
“Digamos que el generador y el discriminador luchan entre sí” para generar la obra final, explicó.
El resultado de este experimento fue una serie de “desnudos” informes, masas inquietantes de tonos rojizos y marrones que pueden recordar a una pintura de Salvador Dalí o de Francis Bacon.
“No había dinero de por medio. Queríamos mostrarle a la gente que esto valía la pena”, recuerda Barrat, que actualmente estudia Bellas Artes en Ámsterdam.
“Les dije una y otra vez: ‘esto es el futuro’”, asegura con una sonrisa Bailey. “No tiren esta tarjeta”.
“Eran coleccionistas tradicionales, seguro que se decían: ‘quién es este chalado... nadie colecciona arte digital’”, resume Bailey.
Los “Robbies perdidos”
Una de esas tarjetas, correspondiente a la imagen “Nude Portrait#7Frame#64″ se vendió el pasado 2 de marzo en la sala Sotheby’s (rival de Christie’s) por 630.000 libras esterlinas (unos 830.000 dólares).
En el mundo bullicioso y caótico del criptoarte, esas tarjetas ahora tan buscadas se conocen como “Lost Robbies”.
Pero Barrat dice que salió de la experiencia frustrado.
“En los últimos años he constatado que nadie habla de mi trabajo, de la imagen en sí misma. Solo acerca del precio”, se lamenta.
Barrat sigue experimentando con inteligencia artificial, pero asegura que ya no piensa vender ninguna obra más mediante NFT.
“El espacio de los NFT ya no me gusta. Si no cambia, ya no me interesa”, reflexiona.
El mundo de las NFT ha sufrido una explosión en los últimos dos años.
En 2021 el mercado de los NFT (incluyendo obras de arte, videojuegos, etc) representó 44.200 millones de dólares, según cifras del gabinete Chainalysis.
“He tenido mucha suerte. Pero si echas un vistazo a los artistas en OpenSea (principal plataforma de venta de criptoarte), la inmensa mayoría no han vendido aún ni una sola imagen”, critica Barrat.
Cuatro años después del extraño episodio en Christie’s, Jason Bailey sigue por su parte defendiendo la validez de las criptomonedas y de los NFT, que permiten a los artistas seguir percibiendo derechos de autor con cada venta.
“Entiendo totalmente y respeto el deseo de Robbie de marcar distancias con los NFTs. No están hechos para cualquier artista en estos momentos”, explica.