Las bodegas enfrentan otros problemas, algunos derivados del aumento de consumo y la falta de insumos básicos, como pueden ser las botellas.
Es tiempo de vendimia en Argentina y tradicionalmente la provincia de Mendoza (centro-oeste), donde se produce un 70% de los vinos argentinos, suele estar plagada de turistas, sobre todo brasileños.
Pero en este otoño austral con las fronteras cerradas por la pandemia de coronavirus, los que visitan las bodegas son argentinos.
“Estamos contentos porque con la pandemia nos aumentó el consumo y el turismo local”, celebra Eduardo Pulenta, propietario de la bodega Pulenta Estate, unas 135 hectáreas de viñedos con la majestuosa Cordillera de los Andes como telón de fondo, bajo un clima desértico y seco.
“Es un efecto internacional, porque también se ha manifestado en las exportaciones”, agrega este hombre ligado a la viticultura por cuatro generaciones.
Vista de lo cultivos de la uva que se usa para el vino Cabernet Sauvignon en los viñedos de Catena Zapata en Agrelo, Lujan de Cuyo, departamento de la Provincia de Mendoza. (Photo by Andres Larrovere / AFP)
Pero no son buenas noticias para la industria del vino argentino.
Si bien el consumo aumentó durante el confinamiento por el covid-19, tanto entre los argentinos como en el exterior debido a sus precios competitivos, la prolongada crisis económica, una elevada inflación y las sucesivas devaluaciones del peso, amenazan la rentabilidad del sector que sufre casi seis años consecutivos de caída.
Muchas bodegas temen no sobrevivir.
“Vivir en una economía como la argentina es vivir bajo variables macroeconómicas que se disparan en todas las direcciones (...) Vivimos con una moneda, el peso, que se devalúa, con lo cual cuando importamos bienes del exterior (en dólares) nos cuesta muchos pesos”, explica Hervé Birnie-Scott, director de Bodegas, Viñedos y Enología de Chandon Argentina.
“Eso hace que casi todas las bodegas argentinas tengan problemas de financiación”, agrega.
Trabajadores recolectan la uva Malbec en el viñedo Los Cerezos estate of Chandon's Terrazas de los Andes winery en Las Compuertas, Lujan de Cuyo, en Mendoza, Argentina (Photo by Andres Larrovere / AFP)
Según un informe del estudio del Centro de Estudios Económicos de Bodegas de Argentina, 2020 cerró con un aumento de un 7,5% en el consumo interno.
Incluso, también creció el consumo de la gama de ‘vinos Premium’. Pero todo esto puede ser “coyuntural”, aclara.
En cuanto a las exportaciones, lo que más creció fue el “vino a granel”, el que se distribuye bajo ninguna marca, bodega o denominación de origen, señala el informe.
Sin embargo, pese a este crecimiento, la facturación en dólares es “sustancialmente más baja que la de 2014 cuando comenzó la declinación”.
Si bien los vinos de alta gama pueden ser de un precio tentador en Europa o Estados Unidos (unos 30 o 40 dólares), están fuera del alcance de muchos argentinos que viven en un país en recesión desde 2018 y que tiene a más del 40% de su población en la pobreza.
Con una inflación que alcanzó 36% en 2020, la más alta en América Latina después de Venezuela, “hay que hacer malabarismos para que entiendan afuera que nosotros no podemos mantener todos los años el mismo precio”, explica Pulenta.
“La rentabilidad de la misma industria en otros países es realmente superior a la nuestra y eso hace que tecnológicamente tengan actualizaciones que a nosotros nos cuestan mucho”, añade.
En pandemia, las bodegas enfrentan otros problemas, algunos derivados del aumento de consumo y la falta de insumos básicos, como pueden ser las botellas.
“Hubo atrasos y entregas a último momento”, comentó Birnie-Scott.
Incluso en algunos casos, debieron reprogramar toda la producción ya que las cristalerías argentinas no daban abasto.
Vinos de Rutini winery en el Valle de Uco, Tupungato en Mendoza, Argentina (Photo by Andres Larrovere / AFP)
La apuesta de muchas bodegas es asegurar la calidad de sus cepas, más allá del Malbec, la uva insignia argentina.
Con una primavera y verano extremadamente secos, la cosecha de “2020 fue más cálida, eso nos permitió más concentración, más color, más polifenoles, más taninos”, se congratula Javier Lo Forte, enólogo de Pulenta Estate.
Las bodegas quieren también mantener la tendencia alcista en el consumo, más allá de la pandemia. “Aumentamos aún más en estos meses de 2021”, anuncia Mariano Di Paola, director de Enología de Rutini Wines, una finca de 400 hectáreas a una altitud entre 1.050 y 1.200 metros sobre el nivel del mar.
Birnie-Scott, un francés que vive desde hace 30 años en Argentina, cree que la calidad de los vinos “del Nuevo Mundo” está asegurada. Pero las bodegas aún tienen el desafío de buscar su “nombre y apellido” aprovechando la gran diversidad de suelo.
“Debemos hacer vinos que ofrezcan una calidad muy superior al precio que se los vende y, al mismo tiempo, que cada botella refleje la personalidad de la cepa y del suelo donde fue cultivada”.